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jueves, 15 de septiembre de 2016

El precio de nuestra libertad




Pienso que uno de los temores de todas las mujeres es la vejez, y creo que eso se debe a todo el bombardeo mediático que hace la industria de la belleza; el ser viejo va contra de  los estándares de lo bello y lo aceptado por la sociedad moderna. Anualmente (y de acuerdo a nuestras posibilidades económicas) las mujeres gastamos y gastamos en productos que prometen mantenernos jóvenes y hoy  es más común que señoritas cada vez más jóvenes se sometan a cirugías estéticas para “corregir” pequeños detalles de su apariencia que no les permiten tener una “identidad” adecuada. 



El desprecio a lo viejo proviene de un temor aún más profundo que no solo poseemos las mujeres sino también los hombres y es el temor a la muerte. Lo viejo nos recuerda que podemos morir, y no queremos que nada nos haga pensar en eso. La obsesión que podemos llegar a sentir porque nuestra apariencia siga siendo joven es definitivamente un tipo de esclavitud.



En Hebreos 2:14 dice que el que tenía el imperio de la muerte es el diablo, y más adelante en el v.15  dice que ¡nosotras habíamos sido sometidas a esclavitud por el temor a la muerte durante toda la vida! pero amiga  Cristo vino al mundo justamente para destruirlo por medio de su propia muerte y para darnos libertad.



Esta es una verdad que el diablo no quiere que tu conozcas, el pretende mantenerte en esclavitud obsesionada por el miedo a morir, obsesionada por tu apariencia.



Cristo compartió nuestra naturaleza humana. Al igual que nosotras, él tuvo un cuerpo de carne y hueso, con las mismas necesidades que cualquier ser humano, los mismos deseos, los mismos miedos, era capaz de sentir dolor, era igualmente frágil, y como  cualquiera de nosotras, era vulnerable a la muerte física.



El decidió dejar su posición junto al Padre para humanarse y hacerse una criatura frágil con el propósito de inutilizar mediante su propia muerte al diablo, dándonos la libertad que tanto necesitábamos.



Con su muerte Cristo nos hace libres cuando reconocemos que necesitamos ser liberados. El saber que Cristo comprende mis necesidades, mis miedos, mis dolores, todo acerca de mí; y que a pesar de sus propios temores y fragilidad decidió morir para vencer al diablo y hacerme libre de la muerte eterna me llena de mucho gozo y agradecimiento.



No te digo que todo temor en mi hacia la muerte y la vejez se haya desvanecido, pero ciertamente este se ha visto minimizado por la garantía  que después de ese trance, me espera toda una eternidad de gozo al lado del Señor Jesucristo.



¿Cómo te sientes al saber que Cristo nos libra del poder del diablo? ¿Le has pedido tú que te libre de la muerte eterna?

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