Pienso que
subestimamos la increíble influencia que tenemos como mujeres. Influenciamos
para bien o para mal. La influencia que tenemos en nuestros hogares, en
nuestras iglesias, en nuestra comunidad y en esta nación. Ahora, quizás tú
pudieras pensar que no eres una mujer que tiene mucha influencia, pero yo estoy
aquí hoy para decirte que tanto tú como yo la tenemos.
John Adams,
quien fuera el segundo presidente de los Estados Unidos, señaló esto en una
cita:
“De todo lo
que he leído de historia y gobierno, de la vida humana y las buenas costumbres,
he llegado a la conclusión de que el comportamiento de las mujeres es el
barómetro más infalible para confirmar el grado de moralidad y virtud de una
nación.”
¿Escuchaste
lo que dijo? Si quieres saber qué tan moral y virtuosa es una nación, ve y
mira la forma en la que se comportan sus mujeres. El abunda aún más y dice
que “los judíos, los griegos, los romanos, los suizos, los holandeses, todos
ellos perdieron su espíritu y sus formas republicanas de gobierno cuando sus
mujeres perdieron la modestia y sus virtudes domésticas.”
Él solo
afirma lo que Dios dice en Su Palabra, “La mujer sabia edifica su casa, pero la
necia con sus manos la derriba.” Proverbios 14:1.
Tengo un
viejo amigo que tiene muchos años en la fe. Ha sido orador y escritor a lo
largo de su vida. Me dijo recientemente que en el año 1985, mientras oraba,
Dios le puso en el corazón que en los años venideros veríamos un incremento de
la maldad y corrupción entre las mujeres. Dijo que esto se convirtió en una
gran carga para él, tanto que se convirtió en una ferviente petición de
oración.
Me confió
esto años después de que eso le sucediera, mientras conversábamos sobre este
tema. Empezamos a discutir cuán cierto era eso. Empezamos a nombrar algunas
mujeres y seguramente algunos de esos nombres les vendrán a la mente. Mujeres
muy conocidas en nuestra nación, que personifican la influencia malévola
que vemos hoy día.
Pero no solo
lo vemos entre las mujeres de alto perfil sino en la generalidad. En las
últimas décadas, ha habido un incremento de la maldad y la corrupción. En años
recientes, hemos visto el poder de influencia de estas mujeres en las altas
esferas. El poder que han tenido para derribar, para destruir, no solo a
hombres individualmente—aunque sí han hecho esto—sino que han destruido la sensibilidad
y la fibra moral de toda la nación.
Ahora bien,
con esto no estoy diciendo que los hombres estén libres de culpa, pero Dios no
me llamó a predicarle a hombres. Dios no me dio el rol de enfrentar a los
hombres con su necesidad de cambio. Dios me llamó, como mujer, a retarlas y a
que veamos y reconozcamos nuestra responsabilidad en todo esto.
Déjenme
abundar un poco más. Este problema de maldad y corrupción entre las mujeres no
se limita a la cultura secular. Pienso que, probablemente, estarían de acuerdo
conmigo en que—dentro de nuestro mundo cristiano evangélico—también ha habido
un aumento de impiedad e insensatez entre mujeres.
Hemos
redefinido, de muchas maneras, lo que significa ser una mujer y lo que
significa ser un hombre; así como las diferencias que existen entre ambos. Hoy
en día, en ambientes cristianos y hasta en ministerios, escuchamos a hombres y
a mujeres decir que no hay diferencias entre hombres y mujeres, al menos no
diferencias significativas. Hemos perdido el norte. Piensa en alguna de estas
palabras pasadas de moda: modesta, casta, discreta, pura. Muchas mujeres
cristianas hoy no saben el significado de estas palabras.
Hace unos
años atrás, me vi envuelta en una situación en la que un líder cristiano se
había comportado indebidamente con una mujer de su equipo de trabajo. Cuando su
esposa lo confrontó con la información, su respuesta fue “¡Hazme el favor,
estamos en los 90!” ¿Ves la forma de pensar? Las cosas han cambiado. Los
tiempos han cambiado. Los tiempos habrán cambiado, pero la verdad nunca
cambia.
Ahora, a
medida que avanza el siglo XXI, encontramos muy pocos ejemplos de mujeres
sabias y muchos ejemplos de mujeres insensatas. Hay una ausencia generalizada
de enseñanza y entendimiento hoy en día. Una de las cosas que Dios ha puesto en
mi corazón es la necesidad de que nosotras las mujeres nos demos cuenta del
poder que tiene nuestra influencia; la necesidad de pedirle a Dios que examine
nuestros corazones y nuestras vidas—como mujeres cristianas—y nos muestre dónde
estamos siendo insensatas. Es posible que estemos ciegas o que ignoremos que
estamos comportándonos de esa forma. Necesitamos sabiduría en esas áreas en las
que hemos sido insensatas. Para que podamos arrepentirnos y para que podamos
modelar el carácter de una mujer sabia.
Y lo voy a
llevar más allá. No solamente necesitamos identificar dónde hemos sido
insensatas, para que por Su gracia, Dios nos cambie, sino que necesitamos
enseñarle a nuestras hijas y a las jóvenes de esta generación lo que significa
ser una mujer sabia. Primero, enseñamos con nuestro ejemplo. Y luego,
enseñamos siendo mentoras y discipulando a estas muchachas; tomándolas bajo
nuestras alas y enseñándoles lo que significa ser pura, casta; lo que significa
ser una mujer piadosa en una época oscura y pecaminosa.
Y
no solo debemos enseñar a nuestras hijas y a otras mujeres jóvenes, sino que
las madres necesitan estar enseñándole a sus hijos varones, junto a los padres.
Como parte integral de esas enseñanzas, deben explicarles lo que significa
ser un hombre de Dios, las cualidades que deben admirar en una mujer y cuales
deben evitar.
Nancy
fragmento tomado de la serie "Convirtiendote en una mujer discreta", si quieres escuchar el programa o leer la transcripción completa visita avivanuestroscorazones. com
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